Después de recibir una vacuna hay algunas prácticas en nuestra vida cotidiana que pueden potenciar su efecto de forma favorable.
Uno de los factores clave para favorecer el correcto funcionamiento de nuestro sistema inmune es dormir un número de horas suficiente, así como controlar nuestro nivel de estrés. Una correcta higiene del sueño permite mantener adecuadamente los biorritmos que controlan la producción de hormonas que regulan la función del sistema inmune, como la melatonina.
Esta hormona se produce durante la noche y su administración se ha relacionado con la supervivencia de linfocitos y una mayor producción de anticuerpos. De hecho, diversos estudios han mostrado cómo la escasez de horas de sueño, tanto en los días previos como posteriores a la vacunación, puede reducir la eficacia de las vacunas.
Las situaciones de estrés promueven la liberación de hormonas supresoras de la función inmunitaria, como el cortisol, y se asocian con una menor respuesta a la vacunación. Alternativamente, las actividades que nos proporcionan satisfacción, como la práctica de deporte o las relaciones sociales, favorecen la liberación de hormonas estimuladoras del sistema inmune, como las endorfinas.
De acuerdo con esta idea, los individuos que realizan ejercicio moderado regularmente y con un estado de ánimo positivo en el momento de la vacunación desarrollan una mayor respuesta de anticuerpos y otras moléculas potenciadoras de la respuesta inmune (como las citocinas).
Otro aspecto crucial para mejorar la eficacia de una vacuna es tener un estado nutricional óptimo. Son varios los nutrientes cuya vinculación con el sistema inmunitario ha sido científicamente demostrada.
Es el caso de la vitamina C y el ácido fólico, ambos con un papel importante en la producción de moléculas eficaces frente a la infección. También la creación de colágeno, que contribuye al mantenimiento de nuestras barreras naturales frente a los patógenos.
Sin embargo, los estudios sugieren que la deficiencia de nutrientes aislados parece tener poco impacto en la respuesta a las vacunas, mientras que una dieta equilibrada, con un aporte balanceado de energía, parece ser clave para reforzar el sistema inmune.
De hecho, las personas con índices de masa corporal altos, e incluso obesos, presentan menor producción de anticuerpos, linfocitos T y citocinas tras la vacunación.
Por último, el consumo de tabaco altera de forma directa nuestra línea de defensa en la mucosa respiratoria, y se ha asociado con una menor producción de anticuerpos tras la recepción de vacunas.
Igualmente, el consumo excesivo de alcohol tiene un efecto inmunosupresor poco deseable cuando recibimos una vacuna; es más, el alcohol puede alterar la composición de nuestra microbiota intestinal y a las células inmunes allí presentes, favoreciendo la entrada de patógenos a nuestro organismo.
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