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La enfermedad del hígado graso crece de forma importante a nivel mundial y se prevé un incremento de su incidencia en los próximos años asociado al también aumento de la obesidad y el síndrome metabólico.

En concreto, el hígado graso no asociado al consumo de alcohol (NAFLD, por sus siglas en inglés) es enfermedad crónica y silenciosa en la que la grasa se acumula progresivamente en el interior del hígado a lo largo de los años en cantidades anormalmente altas. Esta acumulación de grasa no se debe al consumo excesivo de alcohol.

Es normal que el hígado contenga algo de grasa. Sin embargo, si más del 5 al ​​10 por ciento del peso del hígado es grasa, entonces se llama hígado graso (esteatosis).

Si bien este depósito de grasa no provoca ningún síntoma, a largo plazo, produce una inflamación crónica en el cuerpo y, al final, una inflamación en el hígado. Esto puede conducir a enfermedades inflamatorias más graves como hepatitis, fibrosis hepática, cirrosis o cáncer de hígado.

“Esta enfermedad es la principal causa de trasplante hepático en Estados Unidos, mientras que en España es la segunda causa y subiendo”, advierte Rocío Aller de la Fuente, directora del Instituto de Endocrinología y Nutrición de Valladolid (IENVA) y miembro de la Asociación Española para el Estudio del Hígado (AEEH). “Además, es una de las causas más frecuentes de cáncer de hígado, incluso en pacientes que no tienen cirrosis”, añade.

Este aumento global de las últimas décadas crece en paralelo al incremento progresivo de la obesidad y la diabetes en la población general, pero el hígado graso está determinado por el estilo de vida actual. “La NAFLD es más frecuente en personas con obesidad, diabetes tipo 2 (DM2), síndrome metabólico, hipertensión, dislipemia y obesidad central... Pero, fundamentalmente, está determinada por el estilo de vida actual, caracterizado por dieta poco saludable, falta de ejercicio físico y hábitos muy sedentarios", asegura la experta.

   

El perfil de estos pacientes son personas de mediana edad, “dado que la edad también es un factor de riesgo al tener más tiempo para progresar la enfermedad”, continúa la especialista.

Sin embargo, hay pacientes que pueden desarrollar la enfermedad sin tener sobrepeso. En este caso, debido a factores genéticos o a una dieta poco saludable.

Por ejemplo, en países de Sudamérica y Estados Unidos se registran prevalencias más altas porque “hay tasas de obesidad más elevadas y la comida es menos saludable”, indica la especialista. Por otro lado, en Oriente Medio hay menos individuos obesos, pero también se manifiesta esta enfermedad porque “tienen alteraciones genéticas que pueden predisponer a ella”.

hígado

Aunque no existen signos y síntomas claros de la enfermedad del hígado graso no alcohólico, en caso de notar hinchazón abdominal, tener las palmas de las manos rojas y un color amarillento en la piel y en los ojos (ictericia) conviene ir al médico, según recoge la Clínica Mayo.

Para detectar la enfermedad solicitará una analítica en la que se buscará alguna alteración de las pruebas de función hepática (las transaminasas). Y es que una de las características que complican el diagnóstico de la NAFLD es que se trata de una enfermedad silente. Al no haber sintomatología clara, puede progresar y, en ocasiones, el diagnóstico llega ya en fase de cirrosis.

No existe ningún fármaco específico para el hígado graso no asociado al consumo de alcohol. Únicamente existen tratamientos para controlar sus factores de riesgo: diabetes, síndrome metabólico, y colesterol alto.

En cuanto a la manera de prevenir la NAFLD, está muy claro: adelgazar puede reducir la grasa, la inflamación y la fibrosis en el hígado. 

“Se ha demostrado que un 10 por ciento de pérdida de peso reduce de forma importante la fibrosis del hígado, que es la fase más avanzada de la enfermedad”, señala la especialista. Asimismo, es importante prevenir el sobrepeso y la obesidad desde la edad infantil porque “un 30 por ciento de los niños padecen obesidad”, añade.

Si no hay sobrepeso se aconseja cambiar el tipo de dieta, utilizando una con patrón mediterráneo. Es decir, se recomienda seguir una alimentación rica en frutas, verduras, pescado azul, aceite de oliva y cereales enteros. En cambio hay que evitar ciertas sustancias y productos como azúcares simples, bebidas azucaradas, la fructosa o la grasas saturadas.

Hacer ejercicio físico, tanto aeróbico como anaeróbico, y evitar el sedentarismo es otra medida que puede ayudar bastante ya que a falta de tratamiento, la dieta es muy eficaz. 

Y es que se trata de una enfermedad relativamente reciente debida a los patrones alimenticios actuales. “Ahora nuestra alimentación está llena de alimentos procesados y ultraprocesados, que pueden producir cambios en el genoma y desembocar no solo en esta enfermedad, sino en varios tipos de cáncer”, concluye Aller de la Fuente.

Fuente: Yahoo Noticias 

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